Junto a la fotosíntesis, la pared celular vegetal es uno de los rasgos que más distingue a los vegetales frente a los animales. Una molécula estructural, la celulosa, es necesaria para fabricar estas paredes. La celulosa es sintetizada en un estado semicristalino que es vital para el papel que desempeña en el funcionamiento de la pared celular, pero se sabe poco sobre los mecanismos que controlan su cristalinidad.
Una nueva investigación, efectuada por expertos argentinos, estadounidenses y canadienses, ha permitido obtener información clave sobre este proceso, así como dar con un medio para reducir la cristalinidad de la celulosa, la cual es un importante obstáculo en el desarrollo de procesos comercialmente viables para elaborar biocombustibles.
Por regla general, las cadenas de azucares individuales que componen a la celulosa se enlazan entre sí creando una fibra semicristalina. Esta estructura cristalina da a la celulosa sus propiedades mecánicas esenciales, tales como una rigidez adecuada y una notable resistencia a las tensiones estructurales.
Esta estructura también es responsable de la resistencia de la celulosa a procesos de "digestión", una resistencia que constituye una barrera muy difícil para los intentos de usar la celulosa como materia prima a partir de la cual producir combustible líquido a un costo razonable.
El equipo de José Estévez de la Universidad de Buenos Aires en Argentina, David Ehrhardt y Ryan Gutiérrez del Instituto Carnegie de Ciencia de Estados Unidos, Chris Somerville de la Universidad de California en Berkeley, Seth Debolt de la Universidad de Kentucky en Estados Unidos, y Dario Bonetta de la Universidad de Ontario en Canadá, ha descubierto que dos mutaciones en genes, CESA1 y CESA3, tienen como resultado la producción de celulosa con una menor cristalinidad. Esta celulosa también puede ser "digerida" con mayor facilidad en el proceso requerido para liberar azúcares de la celulosa de modo que puedan ser convertidos en combustibles útiles.
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